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Armando Rivas, artista de las luces y sombras del automovilismo
Terminó la carrera en Paraná. En aquel entonces el diario La Nación me había sacado un pasaje en avión desde Santa Fe. Pero las carreras no suelen terminar con la bandera a cuadros. Protestas, desclasificaciones, cambios en los resultados. La sala de prensa, cargada de trabajo y nerviosismo, en su momento más caliente. Los medios cerraban las notas y los tiempos, como siempre, apremiaban.
El vuelo a Buenos Aires parecía haber quedado en el olvido. Esos imponderables deportivos obligaban a replantear el regreso. A mi lado, Armando Rivas, que escuchó mi situación. Me preguntó el horario del vuelo, que apenas quedaban 90 minutos para el despegue, y me ordenó: “Levatá las cosas que llegamos”. Sonreí, le expliqué que era imposible, que no había forma. Hace 20 años el estado del camino desde Paraná a Sauce Viejo no era el mejor, más con el tránsito de un domingo al atardecer. No me dio opción.
Y allí salimos, al estilo de su manejo, que recorría la Argentina de punta a punta, siempre con la bolsa de palos de golf en el baúl porque “siempre hay una cancha para pegar”. Parecía que estábamos en medio de una película. El reloj que jugaba en contra y todos los obstáculos habidos y por haber que se sumaban, uno detrás de otro.
Al llegar al aeropuerto, el avión estaba en la pista. Ya no subían los pasajeros. Estaban todos adentro. Como una extensión de esa película imaginaria, estacionó de costado, bajamos y corrimos al mostrador. Peleó para que abrieran la puerta y me dejaran subir, ante la insistente negativa desde el mostrador. El final, de película. Me saludó, me deseó buen viaje, subí la escalinata y el avión despegó.
Asà recordamos a Armando Rivas, quién nos ha dejado recientemente. Fotógrafo histórico del automovilismo deportivo Ϡ½ϳ¸ pic.twitter.com/0dOVQpPdZg
— Carburando (@CarburandoTV) 11 de julio de 2019
Esa era la generosidad de Armando, un fotógrafo único. Con una mirada exclusiva, que lo destacó siempre, más allá del medio para el que trabajara. Con él había garantía de buen material. En la época en la que las imágenes se trabajaban en blanco y negro. O el material se enviaba por avión cuando la noticia requería fotografías para las tapas de los medios con un Reutemann protagónico en la Fórmula 1.
Vivió en Europa y desde allí abastecía a medios locales. Trabajó para Corsa, El Gráfico, pero también otros ámbitos, como las revistas Siete Días y Vosotras y otras publicaciones de editorial Atlántida.
Fue el responsable de las imágenes empresariales, como por ejemplo durante muchos años en YPF, cuando compartía las largas tardes y noches junto con Gastón Perkins, mientras analizaban y degustaban el mejor whisky.
La Nikon siempre colgada del cuello. “Uno siempre tiene que estar preparado para gatillar”, sostenía, con un olfato periodístico que elevaba su toque artístico en la elección de las luces y sombras.
En Río Cuarto una vez se descompuso. En plena actividad fue derivado al hospital zonal, donde lo intervinieron quirúrgicamente de urgencia por una apendicitis. Su preocupación era cómo se iba a registrar fotográficamente la competencia.
Maestro de tantos entusiastas, que luego se hicieron profesionales, siempre mantenía su espíritu docente y enseñaba los secretos de una actividad tan fascinante como única. Registró a Oreste Berta con un simple calibre y esa simpleza se manifestó en la grandeza del Mago de Alta Gracia para elegir la imagen como la tapa de su libro autobiográfico.
A los 74 años, se fue Armando Rivas. Un hombre generoso, un talento inigualable que dejó para siempre su magnífico trabajo retratado en imágenes memorables.
Desde Carburando, las más profundas condolencias a sus queres queridos y el rezo para que descanse en paz.
Foto: @jorgemarchesin