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La magia de la ingratitud

La magia de la ingratitud
La magia de la ingratitud

“El automovilismo es muy ingrato. Son más los días que te vas enojado que los que te vas alegre. No es fácil y hay que sacrificarse mucho”.

Tomo estas palabras de una nota en 2004 a Christian Ledesma para contar lo que me sucedió el pasado fin de semana. Y podríamos encontrarnos con muchas más frases de distintos pilotos cuando hablan de cómo es el automovilismo.

Sin embargo, cuando la pasión está en el medio es muy difícil dar un paso al costado y no seguir luchando por los objetivos. La pasión lo mueve todo. La pasión te involucra. La pasión no tiene límites. La pasión hace que, a pesar de todo, las cosas pasen.

La ingratitud es uno de los sentimientos más feos que puede llegar a sentir una persona. Impotencia, bronca, desolación...

 

Era mi debut en el automovilismo. Era una gran oportunidad en lo personal. Era entender muchas cosas con las que convivo a diario pero desde otro lugar. Era vivir y sentir una adrenalina única. Era… Porque no se pudo dar, pero como dije antes, para mí, es muy difícil dar un paso al costado y no seguir luchando por mis objetivos.

Con muchas limitaciones, obviamente, pero me preparé. Fui a entrenar en karting en Ciudad Evita en un rotax junto a Leandro Agüero quien me enseñó a ir mejorando paso a paso con su docencia que bien lo caracteriza. Me junté con varios pilotos para intercambiar conceptos y entender cómo podía llegar a reaccionar un auto de carreras. Pasé una tarde en “Autódromo Virtual” arriba de un simulador para conocer radios de giro y frenajes del circuito en el que iba a girar. Vi cámaras a bordo detenidamente y seguí consejos de más pilotos. Hice todo lo que tenía a mi alcance.

 

Llegó el viernes. Primer día de pruebas arriba del Ford Fiesta que el Turismo Internacional puso a disposición para que Christian Carbia (piloto titular) y yo (piloto invitado) podamos girar durante el fin de semana.

Estaba tensionado, ansioso, no sé cómo explicarles lo que sentía… Pero les aseguro que no podía dejar de pensar lo que estaba por hacer: debutar en un auto de carreras.

Teníamos un día largo para girar. Salió Carbia a pista pero, luego de una vuelta, debió a ingresar a boxes. Los bulones de sujeción de la rueda se metieron dentro de la campana rompiendo el sistema de frenos. Algo impensado y que marcó el fin del día para nosotros. Me fui muy amargado a casa pero sabiendo que faltaba mucho por delante.

El sábado pudimos salir a pista. Primero Carbia y luego yo. Por dios, que hermosa sensación, estaba girando en un auto de carreras. Pero duró poco. Transitando mi cuarta vuelta en el circuito número 8 del Autódromo de Buenos Aires el auto comenzó a levantar temperatura y, rápidamente, ingresé a los boxes. Se terminó la tanda mientras el equipo revisaba el auto.

Me bajé con una linda sensación pero con gusto a poco. Todavía estaba lejos de acelerar y de marcar mis límites. Tenía un alto margen de mejora por delante.

Los problemas se agravaron. El auto seguía levantando temperatura por un problema en el termostato que llevó a que se queme la tapa de junta de cilindro y a que el equipo tome la decisión de cambiar el motor. Fin del sábado. Quedaba sólo el domingo.

Me fui a casa con un semblante parecido al del viernes pero ya sabiendo lo que se sentía al momento de salir a pista.

Llegó el domingo. Llegó la carrera. Mis viejos y mi hermano quisieron venir porque sabían que era algo importante para mí. Me motivo aún más la compañía de ellos y llegué al autódromo con muy buena energía.

Ya con los problemas resueltos, la primera carrera fue la de los pilotos titulares de la que participó mi compañero Christian Carbia. Un toque en la rueda trasera izquierda en la primera vuelta de competencia lo dejó sin nada y tuvo que abandonar.

“¿Llegarán a arreglarlo?”. Me preguntaba. Se había cortado el sistema de frenos pero el equipo nuevamente puso a disposición a sus mecánicos y trabajó en esa hora y media para solucionarlo. Faltaban 10 minutos para que se habiliten los boxes pero apareció otro problema. El auto no arrancaba. Una falla en el encendido comenzó a preocupar a todos. Mis ojos se llenaron de lágrimas. No tenía que ser evidentemente… Las cosas suceden por algo.

Igualmente, se intentó. Me hicieron subir al auto con el casco puesto y con los cintos atados. Los autos estaban engrillados y mecánicos de otros equipos se acercaron a colaborar. Gritos, desesperación, corridas. Mientras, yo arriba del auto no podía contener las lágrimas porque la situación me superaba. Los fierros son así… Lo sé, pero que difícil es comprenderlo y más, en ese momento.

Una seña marcó el final. “Ya está, que baje”, escuché. Un abrazo de mi familia me aflojó por completo.

Salvando las distancias, ya que ellos hacen un esfuerzo constante semana tras semana, entendí a los pilotos. Que mezcla de sensaciones… que deporte tan ingrato.

Pero ojo, porque también gracias a la magia de la ingratitud uno aprende de todas las situaciones que tiene que transitar y te hacen más fuerte.

No te rindas. El esfuerzo siempre tiene su recompensa. La constancia hará que llegue esa oportunidad soñada. Esa es la magia de la ingratitud y, por ese motivo, no me voy a quedar de brazos cruzados. 

La vida siempre te da una revancha.

 

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